(Por Carlos Resio) “Los libros, en manos de pueblo, son objetos peligrosos”. Para quienes así lo consideran, los libros fueron los culpables de la locura de Don Quijote y motivaron muchas de las ejecuciones de la Santa Inquisición. También los culparon por las aventuras revolucionarias, los prohibidos vuelos de la imaginación novelesca y por convertir a los pobres y explotados en proletarios con conciencia de clase. Así pensaron los dueños del poder desde el fondo de la historia. Porque, adaptando una idea de Paulo Freire, “los libros no cambian al mundo, pero cambian a las personas que cambiarán el mundo”. Pienso en San Martin y el Che portando sus bibliotecas mientras llevaban a cabo sus gestas. Claro que los cambios no siempre son en el sentido deseado por quienes soñamos con un mundo más justo pero, entre otros elementos históricos, fueron las ideas plasmadas en los libros las que señalaron a la humanidad un sentido más luminoso. Vamos un poco rengos en este camino, pero creo que mientras haya libros y estén disponibles, habrá un horizonte de esperanza.
Los enemigos de los libros son feroces, les temen, los odian. Dese las destrucciones de bibliotecas paganas a partir del siglo IV a mano de líderes cristianos y de ahí en más,todo escrito que desafiara al poder imperante era pasible de ser destruido por actos de dominación de la conquista y el poder. También sufrieron el efecto destructivo del fuego los códices Maya a manos de Fray Diego de Landa en 1562 callando para siempre el registro de la historia de aquel pueblo refinado que en muchos aspectos superaba en desarrollo al europeo. En nuestro país, el hecho más representativo de esta barbarie estuvo dado por la quema de un millón y medio de libros del Centro Editor de América Latina, otro crimen cometido por la dictadura militar en 1980. La editorial, fundada en 1966, ponía a disposición de toda América libros de excelente calidad y bajo costo, hecho intolerable para los asesinos. La destrucción de libros y la censura no fué obra de un grupo de ignorantes sino que estuva acompañada por intelectuales, críticos y analistas literarios que con sus informes encargados por la Dirección Nacional de Publicaciones de la dictadura, alimentaron un plan de amplificación del terror que produjo la sensación de que todo libro, salvo la Biblia en su versión canónica, ponía en peligro a su poseedor. Fueron tan bien disimulados los verdaderos criterios, que hasta se dieron por ciertos mitos como el que afirmaba que se había prohibido un manual técnico de química, “La cuba electrolítica”, por el solo hecho de incluir la palabra “cuba” en su título, quitándole con esta humorada, el rasgo trágico al hecho. Todo esto está muy bien descripto en el libro «Un golpe a los libros» (editado por EUDEBA en el 2002) de Hernán Invernizzi y Judith Gociol.
En esta larga lucha por la apropiación del conocimiento, las bibliotecas populares fueron en Argentinaun elemento de resistencia. Más allá de la idea de un pueblo lector en pos de los objetivos liberales de la generación del 80 del siglo XIX, se sancionó la ley 419 de apoyo a bibliotecas populares en 1870 y se incentivó la creación de miles de ellas, que fueron refugio de socialistas, anarquistas, obreros e inmigrantes que se incorporaban a la vida nacional. Cada casa del pueblo que abría el partido socialista incluía una biblioteca popular, cada asociación de ayuda mutua que una colectividad de inmigrantes fundaba en cualquier pueblo de la pampa húmeda tenía su biblioteca y los libros estaban disponibles tanto para el “cajetilla” del centro como para el proletario de alpargatas de los suburbios. No importaba, ni importa, la condición social del lector que buscaba en sus estanterías el placer de la lectura o el trabajo del estudio. Y con los libros llegaban y se desarrollaban las ideas que crisparon a la próspera oligarquía que vio amenazada su privilegiada posición y descargó su odio violento sobre ese pueblo lector. Pero las bibliotecas resistieron, perduraron y aún están en nuestras ciudades sufriendo los mismos avatares que el pueblo. Nuestro país fue uno de los países más lectores del mundo cuando en 1953 se llegaron a editar 4600 títulos y 50 millones de libros tendencia que continuó con auge similar hasta que la dictadura de 1976 lo cortó con un tajo sangriento y aún estamos lejos de recuperar aquel esplendor.
A partir de la caída del mundo bipolar y el advenimiento del pensamiento único que trajo el neoliberalismo, la guerra contra el libro ya no utilizó el fuego sino la disminución de lectores y las editoriales por medio de la competencia de la más media, la extranjerización y concentración editorial y la pauperización general. El libro dejó de ser accesible y quizás no pudo competir con la televisión, el consumo superfluo, la pérdida del interés por el debate de ideas y luego por el acceso masivo a la oferta disponible por internet. Pero de nuevo ahí estuvo la biblioteca para resistir y albergar a quien quisiera leer. Y así fue que durante los años del menemismo, desaparecieron cientos de editoriales y los libros importados nos invadieron con su castellano españolizado y sus títulos elegidos por el mercado. Y para el caso de la Biblioteca Popular de Posadas, que gracias al tesón de sus comisiones directivas que en los malos años mantuvieron las puertas abiertas,pudo aprovechar los vientos favorables que llegaron luego de la debacle de 2001 para imaginar mejores planes futuros. Pero ya sabemos, nada dura para siempre, y menos si el sostenimiento de la institución depende más de la venta de licuadoras que del aporte de los lectores.
La Biblioteca Popular de Posadas sufre desde la llegada del gobierno neoliberal de Cambiemos, las consecuencias de que su sostenimiento dependa,en gran parte, del alquiler de su local comercial aledaño que se encuentra alquilado por un comercio de electrodomésticos que se encuentra en crisis por la destrucción del mercado interno además del hecho de ser una empresa cuya única lógica es la de la maximización de ganancias y para nada la de la promoción de la lectura. Son desesperados los reclamos de su comisión directiva que ya ha agotado sus recursos, pero sobre todo los de sus empleados, que apenas cobran parcialmente sus sueldos atrasados y no avizoran la salida.
La Biblioteca Popular no es de la comisión directiva ni de los empleados, es del pueblo de la ciudad de Posadas. Es una de las joyas que la distinguen. Es depositaria de conocimiento pero sobre todo de su historia y de los sueños de quienes antes trabajaron para legarla. No es aceptable que como sociedad le demos la espalda, no hay excusa. Nuestra biblioteca nos necesita y allí debemos estar para exigir a la empresa deudora que cumpla con su compromiso y a las instituciones que nos representan que actúen en la resolución del conflicto, pero también nos toca asistirla con nuestra ayuda. Los pueblos merecen aquello por lo que pelean y la biblioteca Popular representa valores por los cuales vale la pena luchar.Hoy, como todos los miércoles, acompañemos a la biblioteca con nuestra presencia y hagamos saber que nos importa. Hago mía la afirmación de Mempo Giardinelli, “hacer leer a nuestro pueblo es resistir”
Para analizar, reflexionar y debatir el ideario del Manifiesto Argentino, Carlos Resio, integrante de la Mesa Ejecutiva de la organización que conduce Mempo Giardinelli, comparte propuestas de la agenda pública en su columna semanal de cada miércoles, a las 7,30 en el programa Contala como quieras, en La 99.3