Las diferencias en el ritmo que había que imprimir a la reacción tras las PASO desató una inoportuna tormenta en el Frente de Todos. En el gobierno se resisten a hacer cambios y los buitres promueven una ruptura con CFK.
“No hay cambios bajo presión”, aseguraban, ya de noche, en el primer piso de la Casa Rosada, tratando de retener la centralidad política después de que las diferencias respecto al ritmo que se le debe imprimir a los cambios tras la derrota en las PASO se espiralizara en la mayor crisis en la todavía breve historia del Frente de Todos. La inminencia de definiciones económicas, como la presentación del presupuesto para el año que viene y el vencimiento por 1900 millones de dólares con el FMI la semana próxima, precipitaron los acontecimientos. La situación parece en un punto muerto aunque los teléfonos de toda la plana mayor están abiertos y activos.
El resultado de las primarias detonó un conflicto que se incubó durante más de un año, al principio en privado y luego a cielo abierto. Lo que sucedió en la tarde del miércoles debe leerse como la continuación lógica de las cartas y discursos en los que CFK pedía cambios en el elenco de un gobierno que, más allá de la pandemia, exhibía problemas de funcionamiento que dificultaban una respuesta a la crisis en la magnitud requerida. Alberto Fernández esperaba, el domingo pasado, un respaldo popular que le permitiera hacer, por fin, esos cambios, que todos sabían necesarios, sin que se sintiera la sombra de su vice detrás. El cálculo falló por mucho.
Falló, también, la reacción. Después de un discurso sobrio el domingo por la noche, el Presidente se mostró paralizado. En lugar de tomar medidas que dieran cuenta de la nueva realidad revelada por las PASO (alguna, cualquiera), decidió ratificar a su gabinete y seguir con la agenda prevista como si nada hubiera pasado. Anticipó para el jueves una serie de medidas vinculadas a la mejora de la situación económica de las clases bajas y medias bajas. Era too little, too late como para aplacar la ebullición que ya causaba un malestar difícil de disimular en el resto de los socios mayoritarios de la coalición. Los mensajes que llegaban a la Casa Rosada eran inequívocos.
La decisión del kirchnerismo de marcar la cancha poniendo sus renuncias a disposición de Fernández, en una evidente maniobra para forzarlo a abandonar la inmovilidad, dejó al desnudo las diferencias que hasta el domingo se disimulaban debajo de la ilusión de que la unidad era garantía de éxito. Llegó después de una última charla a solas entre Alberto y Cristina, en Olivos, la noche del martes, en la que no pudieron ponerse de acuerdo. Ella rechazó el paquete de medidas por considerarlo insuficiente y no aceptó que blindara al gabinete. Él le explicó que los cambios debían hacerse en noviembre y que anticiparlos sería una señal de debilidad.
Es difícil pensar que hubiera salido peor. El ultimátum en cascada de varios funcionarios terminará dejando heridas a todas las partes: ir a elecciones con el frente partido puede malir sal. Está comprometido el capital político de CFK y de Sergio Massa en el Congreso. Por eso mismo, a medida que oscurecía la tarde comenzaban a correr versiones de bandera blanca entre todas las partes, que barajaban infinitas conmutaciones de rostros y de cargos como si gobernar fuera llenar crucigramas con nombres de funcionarios de forma tal de que encajen en un esquema concebido para dejar igualmente contentas a todas las partes, es decir a ninguna.
Fernández juntó a su tropa en la Casa Rosada y gestionó apoyos de dirigentes cercanos, gobernadores, intendentes, sindicalistas y empresarios para fortalecer su posición. No se sabe si ante lo que percibe como un embate directo contra él, como manifestaban muy cerca suyo durante la tarde y daban a entender algunos de los comunicados de respaldo que consiguió, o porque lo necesitaba antes de sentarse a negociar con sus socios las condiciones de un nuevo pacto de convivencia, porque el que existía voló por los aires. En cualquiera de los dos casos, está claro que algo hizo crack. La palabra que más rebotó en los chats fue “roto”.
Ya no se trata de saldar, solamente, un debate sobre decisiones económicas. Los acontecimientos de las últimas horas se parecen más a un intento de rescatar el barco de un naufragio, llevado a cabo por dos facciones que no logran ponerse de acuerdo en dónde está el problema ni en cómo hacer para que deje de entrar agua. Si la consigna era unidad hasta que duela, recién ahora se ponen a prueba los umbrales de tolerancia al dolor de cada uno de los protagonistas. Mientras tanto, un país que acaba de pedir a los gritos una solución asiste impávido al lamentable espectáculo de las internas palaciegas. Si hay un camino para revertir la historia, seguro no es este.
Por la noche, los buitres volvieron a sobrevolar la Casa Rosada, encontrando una oportunidad en esta crisis. Algunos de los empresarios más importantes del país decidieron extender una garantía de gobernabilidad en caso de que Fernández decida romper el Frente de Todos y despegar su destino del de la vicepresidenta. La oferta tuvo promotores en la Casa Rosada y también en el bunker del Frente Renovador, en Retiro, donde Sergio Massa alternó reuniones con su equipo más cercano con una escapada al Congreso, donde se encontraban Máximo Kirchner y CFK. Las tres partes todavía hablan de unidad, pero hacer pronósticos a esta altura es aventurado.
(El Destape)